“Unos pasos crujen en la nieve. Una llamada seca. Es medianoche. Entran como una exhalación Victor, François y una girl morena y viva, a la que cada uno sujeta por un brazo. Sus grandes ojos están llenos de rabia.
Victor: –Te presentamos a Patricia, una amiga. Ha dado un escándalo en el café Brevoort. Y François y yo teníamos cosas que hablar.
François: –Le hemos dado a elegir entre dos sanciones. Un poco de aceite de ricino (…) o tú. Ella te ha preferido.”
Este episodio, con el que Henri-Pierre Roché abre su novela inacabada Victor, narra el momento de lo que será el inicio del triángulo amoroso formado por Victor –pseudónimo de Marcel Duchamp–, Patricia –Béatrice Wood, una chica joven de la “alta sociedad”, apasionada por el teatro– y el mismo Henri-Pierre Roché en la Nueva York de las vanguardias.
Michael Roy presenta en Espai Tactel ‘The Spirit and the Flesh’, una exposición en la que reinterpreta la historia de autoficción escrita por Roché y construye un guión alternativo a través de la ampliación del relato, de la apropiación de la vida de los protagonistas y de sus obras.
Roy se posiciona como un réalisateur que, a partir de las memorias de Roché, deja entrever cómo era Duchamp en la intimidad de sus relaciones, pero también como lo era el mismo autor. Ambos, interesados por la búsqueda del placer, enamorados con frecuencia y amantes de cualquier mujer deseable que pasase a su alcance. Siguiendo a Jacques-Alain Miller, la causa del deseo o la misma condición de amor –lo que Freud llamó Liebsbedingung–, depende de la singular historia de cada sujeto, respondiendo a detalles aparentemente insignificantes del otro y que catalizan su desenlace. En este sentido, en el triángulo formado por Duchamp-Wood-Roché nada pudo preverse, ninguno de sus protagonistas podía adivinar la causa de su doble atracción. Pero entonces, ¿cómo sobrellevar una triangulación amorosa? ¿Cuál es el código de esta forma de amor? Roché escribe sobre Victor (Duchamp): “Ante el capitalismo sentimental es preciso un determinado “comunismo” sentimental –¿Se merece uno la exclusividad? ¿Es buena para los dos? En algunos casos sí cuando es natural. En otros no.”
Las obras de Roy se despliegan ante el espectador como una mise en scène que nos hace olvidar quiénes éramos y nos permite rescatar esas intensidades de la relación entre Duchamp, Wood y Roché. Roy es capaz de adentrarse en lo más profundo de sus secretos y desvelar las experiencias que quedaban ocultas, esperando un reencuentro. Su estética incluye desechos de intimidad y fragmentos silenciosos: tres retratos de los protagonistas pintados con esmalte de uñas, una serie de cianotipias de diferentes personajes desnudos y un dibujo de un extracto del libro Victor, donde quedan recogidos las reglas del juego de esa historia a tres bandas.
En el centro de la sala, un biombo divide el espacio. En él se lee la frase “The End”, es el final de la película ficticia creada por Michael Roy. O quizá, una alusión a un final predestinado. Pues, como decía Emmanuelle Riva en Hiroshima mon amour: “vendrá un tiempo en que no sabremos que nombre dar a lo que nos una. Su nombre se irá borrando poco a poco de nuestra memoria y luego desaparecerá por completo”. Roy tiene el privilegio de advertir la secreta proximidad entre lo que hay delante y detrás de esta historia. Una historia que nació de un acto de amor, que entre la literatura y la vida de sus protagonistas reivindica el derecho al goce, del espíritu y de la carne.
José Luis Giner Borrull
Crítico de arte y Comisario
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